lunes, enero 21, 2008

MICROMUNDO



Espero la llegada del micro que me lleve como todos los días. La rutina la he repetido tantas veces que ni me acuerdo cuando fue la primera, sin embrago a pesar de lo repetitivo que pudiera ser, cada día es distinto, mujeres y hombres se mueven con sus penas y alegrías. Ahí, algunos disimulan el fastidio que implica hacer nada en un espacio de tiempo importante, son 45 minutos de viaje, donde la única compañía puede ser el ruidoso motor que no para o las ganas de comunicación de algún personaje que muchas veces no quieres encontrar. Así es, cada vez que viene la que espero, cruzo los dedos y ruego que no encuentre a alguien con deseos de hablar. Algunos combaten el aburrimiento con música, otros hablando, algunos mientras el tiempo pasa duermen haciendo que el viaje sea mas corto despreocupados por la imagen triste que muchas veces otorgan. Yo, por otro lado busco historias, busco relatos fantásticos que se enmarcan dentro de una supuesta conspiración que tiene relación con la sincronización de vidas que producto del destino se encuentran en ese momento y en ese lugar, de alguna manera soy aquel personaje omnipresente, ese odiado narrador que de lejos observa la existencia de todos.
Por la calle se acerca la maquina, con las luces encendidas, y las butacas vacías están deseosas de ser ocupadas. Siempre subo primero, debo ocupar el último asiento, creo que la costumbre de ser estudiante me ha ganado y automáticamente me dirijo al fondo del autobús, además desde ese lugar se puede ver claramente a todos los pasajeros y para la misión es fundamental.
Delante, un niño duerme y fuera de la realidad parece imaginar una tarde que no fue para el.
Los rayos del sol se reflejan en el agua, enceguecen. El calor fastidia, ruidos de niños y personas decoran el paisaje; colores de buen tiempo y sonidos vacacionales complementan la escena. La idea es sumergir la cabeza en el agua, de alguna manera esta acción relaja y calma el calor que es así soportable, caminando por el árbol que caído asemeja un largo trampolín busco el contacto con el agua. Me golpea la cara, un escalofrío recorre el cuerpo y calma la ansiedad; bajo el agua la imagen es distinta, la luminosidad entregada por el sol ya no es tal y las penumbras adornan lo que veo, cierro los ojos y busco respirar.
La oscuridad me encierra y recubre aquellos lugares que amigables me entregaban seguridad, cuesta reconocer que esta situación me sobrepasa, los ruidos de niños no están y reemplazados por aullidos me descontrolan.
A su lado, la mujer arreglada, debe ser ejecutiva, por que viste de traje que incólume atrae la mirada de todos, es una mujer bellísima con gestos delicados y una actitud que raya la sensualidad, siempre gustosa saluda a cada uno de los pasajeros, el tiempo nunca ha estado de su lado, siempre apurada corre tras la maquina.
Es tarde y el medico no llega, vicios de una vida llena de privaciones, hoy no podía ser distinto. El desgano casi me atrapa, incluso no se por que lucho, es una mezcla de inercia y responsabilidad impuesta, es difícil sentir ese amor de madre inherente a la mujer y creo que estoy lejos de ser una buena persona, es más creo sin culpa que nunca debí dejar que naciera, nos habríamos evitado sufrimientos inútiles, la repuesta del medico me tranquiliza, es hora de volver y seguir con esta tortura. En casa pienso, recuerdo esos días de ansiedad y de esperanza cuando todo podía llegar a ser mejor, pero estoy aquí sentada esperando que llegue mi destino.
A su lado la estudiante, con letras en sus ojos y hojas en sus manos repasa lo que parece el examen de su vida por que el mundo no existe, carga un peso que es casi insostenible, hay instantes en que pareciera desfallecer pero renace. Más atrás un viejo que melancólico mira por la ventana las casas y árboles que perdiendo color y forma se pierden en su reflejo.
Es domingo todos debieran llegar, cada uno con lo suyo entregando lo de siempre. Sentados como cada fin de semana, con sus caras disfrazadas de agrado pero en el fondo el aburrimiento se refleja en sus ojos, se que las ganas de venir no son una generalidad aun más se que muchos piensan en lo que harán el lunes y en sus problemas, no están aquí. Y ella aun no llega. Es cierto antes me pasaba igual, esas comidas familiares eran ciertamente una desgracia, unos solo comían, mientras otros con quejas llenaban sus bocas, algunos hablando de sus proyectos y éxitos en tanto que el resto, los mas desgraciados, miraban con envidia la vida de los suertudos, la condescendencia y el cinismo me causaba nauseas. ¿Y yo?, en ese entonces solo miraba desde un lado pequeño de la mesa, reía falseando mi humor y las ganas de gritarles a todos que no me interesaba la mierda que estaban hablando era ahogada con alcohol, vino generalmente. Hoy, es distinto estoy en el centro, ciertamente eso no me otorga autoridad ni mucho menos importancia, pero la verdad es que se siente bien.
El tiempo vuela, y efectivamente voló, canas en mi cabeza y arrugas por doquier son el reflejo, el tiempo se fue pero dejó profundas huellas. Es obvio, con 75 años la vida se siente larga y pesada pero extrañamente plena.
De alguna manera cada participante de la velada es parte de mi existencia y recuerda un momento especial. La frialdad domina la decoración, mi lado perverso y envidioso fue forjando la personalidad de ella, mi hija, triste y exitosa fue quien contuvo las exigencias que desataron inconformidad en su vida, estas ideas aun la persiguen, la intranquilidad domina su existencia que indudablemente es la mía.

“Autobús que viajaba por la Ruta 65 cae por quebrada, José Ramón Oleguer de 75 años, su hija Elena Oleguer de 35, el menor Mariano Ross Oleguer, hijo de la mujer, el conductor José Riquelme, el auxiliar de la maquina Pedro Ríos y un hombre que no ha podido ser identificado; Resultaron muertos en horas de esta mañana.”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te amo...por lo que eres y lo que sientes.

sol