Los Fantasmas que nos rondan.

Cada vez que caminaba sin rumbo fijo, sin un destino fijo, sentía como si algo o alguien, estuviera tras mis pasos, sentía como si algunos ecos sonaran detrás de mi espalda, pero al dar vuelta, no había nada, no había nadie. El otro día al llegar a mi habitación, oscura y con un cierto aire de desolación, sentí que no estaba solo, que alguien me hacia compañía, pero no tenia claro que era, solamente sentí que no estaba solo. Me recosté en la cama y una brisa, que no se de donde salió, me cubrió lentamente produciéndome unos escalofríos tremendos, y una imagen se me vino a la cabeza, una imagen se incrustó en mis sienes, una imagen antigua y en blanco negro, se apareció de pronto, sin previo aviso, sin llamar a la puerta, o a lo mejor no necesitaba llamar ya que siempre la traía conmigo, esta imagen era de un fantasma que creía olvidado, un fantasma que creía guardado, o mejor dicho exiliado en algún rincón de la memoria, pero que esa noche se hacia presente, en blanco y negro se hacia presente y me miraba a los ojos y me traía otra vez las lágrimas que algún día derramé. Trate de decirle que se fuera, que me dejara tranquilo, que volviera a su exilio, que desapareciera, pero no había ninguna respuesta de su parte, permanecía impávido e inmutable, observando mi desdicha.
Después de noches de insomnio, de noches de convivencia o mejor dicho de mala convivencia con mi fantasma, llegue a la conclusión de que a los fantasmas es imposibles exiliarlos y relegarlos, es imposibles lanzarlos a patadas, decirles que se marchen con un arma de fuego en la mano, tampoco se les puede asesinar cortándoles el cuello, ya que forman parte de ti, son tus fantasmas, te pertenecen, aunque tengan rostro de mujer, es por esto que lo único que queda, es llegar a un trato con ellos, llegar a un pacto de paz, para que te dejen tranquilo, para que te dejen vivir, para que te dejen dormir.
(J.F. Rekabarren)